La enfermera abrió la puerta, y, sin entrar totalmente en el salón, miró a las tres personas que ahí se encontraban. Su mirada paró sobre un hombre, de unos 50 años, que hojeaba uno de los periódicos de manera visiblemente nerviosa.
--- Señor Fernando Dominguez ?!!!
No hubo reacción de nadie.
Pacientemente la enfermera repitió:
--- Señor Fernando Dominguez ?!!!
Entonces el hombre se dio cuenta. Dejó el periódico y se puso de pie …
--- … yooo …
--- Acompáñeme, por favor, el Dr. Zafrón le espera.
Entró y encontró un hombre de bata blanca, presumiblemente el doctor, visualizando unas radiografías, mirándolas a través de la luz que entraba por sus ventanas.
Se quedó de pie, esperando, ni él sabia bien el qué …
--- Ah! Señor Fernando, tome asiento, por favor.
--- Gracias doctor.
--- Estoy aquí mirando sus RX … era lo que pensábamos … la cosa no pinta bien … tendrá que quedarse internado con nosotros … pienso que ya habíamos hablado de esa posibilidad …
--- Sí, doctor.
--- En todo caso, puede que no sea nada de mucha gravedad.
Fernando hizo un aire de resignación.
--- Enfermera, ¿Donde podemos instalar al señor Fernando?
--- Ahora mismo … solo tenemos libre la habitación 203 …
El doctor levantó los ojos de los informes que consultaba … miró con aire serio a la enfermera … después al paciente … hizo un momento de pausa … después recuperó la sonrisa y volvió a mirar a Fernando.
--- Pues … muy bien … lo ponemos en la habitación 203 … suerte la suya, señor Fernando … de momento va a tener una habitación solo para usted ...
Fernando intentó una sonrisa … pero no le salió … estaba preocupado con su salud … con su trabajo, que seguramente perdería … con su mujer y sus dos hijos que no sabía muy bien cuando volvería a ver … que más le daba una habitación u otra …
La enfermera le hizo una señal para que la siguiera. Caminaron por un laberinto de pasillos, subieron una escaleras y pararon delante de una puerta. Bien visible, un cartel marcaba el número 203.
La enfermera dudó un segundo … después respiró hondo y abrió la puerta.
Fernando entró después de ella y miró una habitación amplia, con 4 camas vacías e impolutamente hechas. Había también una gran ventana por donde entraba la claridad de aquel fin de tarde.
--- Puede quedarse con la cama que quiera, señor Fernando.
--- Gracias … vendrá alguien más ocupar las demás, no?!
La enfermera perdió la sonrisa momentáneamente …
--- Es posible que sí … bueno … yo me voy … si necesita alguna cosa … --- le mostró una cuerda pendiente en la pared.
Fernando siguió con la mirada la cuerda y vio que terminaba en una pequeña campana.
--- Dentro de una hora servirán la cena y traerán sus medicinas.
Rápidamente dio la vuelta y salió.
Solo entonces Fernando abrió la mano donde traía la bolsa con sus pocas pertenencias. Miró a su alrededor … escogió la cama que estaba más cerca de la ventana, le gustaba despertarse por la mañana con los primeros rayos de sol.
Sin quitarse la ropa siquiera se acostó sobre la cama, y, de cansado que estaba, se durmió enseguida.
Durmió un par de horas, cuando se despertó era ya noche cerrada.
Encima de una pequeña mesa de noche, alguien le había dejado un poco de pan, un vaso con caldo y unas pastillas enormes.
La verdad es que tenía hambre. Se sentó en la cama y empezó a comer.
De cuando en cuando miraba por la ventana … a lo lejos estaba la silueta de las murallas.
Un sonido repentino le hizo mirar al otro lado de la habitación.
Era como si alguien estuviese respirando al lado.
Buscó en los pantalones su pedernal con el que encendía los candiles de casa.
--- No se asuste, soy yo.
La voz venía de la última cama … cerrando un poco los ojos pudo adivinar un bulto.
--- Perdón … me he dormido y no me di cuenta que había entrado alguien más …
--- Sí. Estaba usted dormido. Tranquilo. Yo no molesto. Duermo rápido … y no ronco … eh eh eh
Fernando siguió comiendo. Prefería tener compañía a estar ahí solo.
Luego después de tomar sus medicinas sintió una pesadez increíble.
Se acostó y volvió a dormirse.
La luz del sol lo despertó. Miró la otra cama, pero estaba vacía. Su compañero ya había salido.
La puerta se abrió y el doctor entró acompañado de la enfermera.
--- Cómo se siente señor Fernando? … --- el hombre de la bata blanca miraba en todas las direcciones.
--- Pienso que bien … acabo de despertarme.
--- Ahora vendrá alguien con el desayuno.
--- No puedo bajar a desayunar?
--- Señor Fernando … aquí nadie baja para desayunar … esto no es un hotel … usted está aquí para recuperar su salud …
--- Solo pregunté porque pensaba que mi compañero de habitación había ido a desayunar.
El médico miró a la enfermera y automáticamente pasó revista a las otras camas … mas no había nada de especial.
--- Bueno, señor Fernando. Nosotros pasaremos todas las mañanas para enterarnos de su evolución.
De nuevo se quedó solo.
Abrió la pesada ventana y respiró el aire fresco que venía del campo.
--- Sabe bien respirar ese aire … verdad?
Miró hacia dentro … era su compañero de habitación …
--- Hombre … nunca me doy cuenta de su entrada.
--- Normal … siempre está distraído … perdón por asustarle … no era mi intención …
--- No pasa nada. --- volvió a mirar hacia fuera
Los días se fueron arrastrando. Fernando pasaba horas en largas charlas con su compañero, que se veía como una persona culta y muy educada. El tiempo pasaba más fácil así.
Unas dos semanas después el médico venía con otro hombre de buen porte y un poco mayor.
--- Señor Fernando, hoy me acompaña D. Antonio Barden, inspector de hospitales de Su Majestad el Rey.
Fernando salió de su cama.
--- No, no … por favor … usted no se mueva … está aquí para recuperarse … --- su voz era pausada.
Dio una vuelta por la habitación y terminó sentándose junto a Fernando.
--- Doctor, he visto que todas las habitaciones de aquí del Hospital de San Lázaro están llenas … esta es la única con un solo paciente?
--- De momento sí, inspector.
--- Perdón … aquí estamos dos …
El inspector puso un aire intrigado y miró al doctor. Este se acercó:
--- Vamos a ver, señor Fernando. Usted es el único paciente que tengo aquí en esta habitación.
--- Lo digo en serio señores. Mi compañero duerme allá, en aquella cama. Es muy buena gente. Pasamos horas hablando.
Por detrás de Fernando el doctor hacía movimientos de negación con la cabeza.
--- Y dígame, señor Fernando … cómo se llama su … compañero de conversación?
--- Ahora que lo menciona … nunca se lo he preguntado … y nunca me lo ha dicho.
--- Pues pregúntele cómo se llama … --- el inspector se levantó --- después cuéntenos.
--- Muy bien … así haré.
Aquella noche estaba charlando con su compañero de habitación …
--- Mira una cosa … hace semanas que charlamos horas y horas y jamás pregunté tu nombre … yo soy Fernando Dominguez.
--- Tienes razón … qué indelicadeza la mía … Yo soy Juan … Juan Alarcán …
--- Un placer Juan … tampoco sé por que estás aquí … también pulmones?
Esta vez no obtuvo respuesta.
Miró en dirección a la cama del fondo … estaba desierta.
Cómo salió sin que se diese cuenta?
Esa noche tuvo dificultad en dormirse. Por la mañana esperó con alguna ansiedad la entrada del doctor.
--- Buenos días señor Fernando, cómo estamos hoy?
--- Doctor … ya sé su nombre …
--- De su compañero?
--- Sí! Juan Alarcán.
--- Juan Alarcán … Juan Alarcán … ese nombre me suena ...y … donde está?
--- Pues se fue ayer mientras estábamos hablando y no ha vuelto.
--- Vale … seguro que volverá … bueno nos vemos mañana.
Fernando se quedó solo y un poco confuso.
Tampoco ha tenido que esperar a la mañana siguiente. Aquella misma tarde el doctor volvió con el inspector.
--- Señor Fernando, está usted seguro de que su compañero se llama Juan Alarcán?
--- Sin duda, señor … me lo ha dicho él mismo, lo conocen?
--- No … señor Fernando … ninguno de nosotros lo conoce … pero al doctor le sonaba ese nombre y buscamos en los archivos de este Hospital.
El inspector miraba al hombre de la bata blanca que continuó …
--- Juan Alarcán era profesor de ciencias en la Universidad Real de Sevilla … se contagió de peste y lo trajeron a este Hospital.
El inspector dio dos pasos hacia la cama del fondo … --- Estuvo aquí … en esta cama …
--- No comprendo … aún ayer por la noche estaba hablando con él …
--- Imposible … señor Fernando … Juan Alarcán murió … hace hoy exactamente 80 años.
Esta es tan solo una de las muchas anécdotas que se cuentan como pasadas en el Hospital de San Lázaro.
No es la primera vez que las dramatizo … no será la ultima.
Os dejo en enlace que me sirvió de base para esta historia :
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