Con
la escoba en la mano, Juan de Torres limpiaba el suelo del
refectorio, como hacía todos las tardes, después de la silenciosa
cena.
De
cuando en cuando paraba unos momentos y se quedaba mirando el vacío.
Pensaba
en su vida, con la tranquilidad que le daba su hábito oscuro y rudo.
De
su vida de otrora ni se acordaba ya … la dejó del otro lado de la
gran puerta del Convento de San Francisco, en el día en que decidió
abandonar todo y a todos y recogerse ahí.
Atrás
dejó recuerdos de su vida de caballero de ilustre familia, a los
muchos que engañó, a las mujeres que había seducido … de la vida
bohemia y sin objetivos que tenía.
Una
de esas tardes, huía de un marido celoso y, sin saber donde
esconderse entró en la capilla de aquel convento.
Fray
Leopoldo lo hizo entrar en un confesionario y así paso sin ser visto
cuando el engañado y tres soldados entraron buscándole.
Fray
Leopoldo aprovechó para hablarle de la vida infame que llevaba …
de como el juizo final no tendría contemplaciones a la hora de
juzgarlo … una media hora que le cambió la vida …
De
ahí se fue a su casa, pasó toda la noche en blanco pensando en
aquellas palabras … comprendió cuán equivocado estaba …
Al
día siguiente se presentó en el convento preparado para penitencias
y una vida de reclusión voluntaria … lo aceptaron …
Y
ahí estaba él … cumpliendo … limpiando su alma … y el suelo
del refectorio.
Terminó
la tarea y se fue, caminando tranquilamente hasta su habitación …
una celda austera … pero que sentía muy acogedora.
Se
acostó una media hora y como todas las noches hacía, salió de
nuevo y se dirigió a la capilla, la misma capilla en que se refugió
hace unos meses.
Ahí
solía meditar en el más completo silencio.
Llegó,
miró a su alrededor … como siempre estaba solo …
Pero,
unos minutos después el silencio fue interrumpido por pasos de
alguien que llegaba.
Miró
sorprendido … por una puerta lateral entraba un fraile con un
habito idéntico al suyo.
Se
quedó mirándole.
El
fraile cruzó la iglesia, se fue a la sacristía y vistió la alba y
la casulla como si tuviese la intención de decir misa.
Depositó
el caliz … después, con lentitud, miró su entorno … una y otra
vez …
Se
escuchó un profundo suspiro … después de una pequeña pausa
volvió a coger el cáliz y se dirigió a la sacristía.
Volvió
poco después, ya sin las vestimentas de decir misa, y, triste y
abatido, de nuevo cruzó la iglesia y desapareció por la misma
puerta por donde había entrado.
El
silencio inundó nuevamente todo el convento.
Juan
no sabía que pensar … pero tampoco le dio muchas vueltas. Sintiendo que ya bastaba de oraciones se levantó y, después de una
pequeña venia al pasar por el altar, se recogió a su habitación.
El
día siguiente fue igual a todos los demás días.
Por
la noche, igual rutina … y a pesar de traer aquel Noviembre unas
noches muy frías, Juan, por las 12h de media noche volvía a la
iglesia para rezar y meditar.
También
aquella noche el silencio de sus pensamientos fue herido por unos
pasos.
Se
repitió la misma escena de la noche anterior … el mismo fraile …
los mismos movimientos … y de nuevo la retirada sin llegar a decir
misa …
Juan
se sintió aún más intrigado que en la noche anterior.
Decidió,
sin embargo, no comentar lo sucedido con nadie.
Pero,
en la noche siguiente, todo se repitió de nuevo … algo pasaba ahí
…
Cuando
el sol aún solo amenazaba con hacerse ver, Juan hizo sus oraciones
matinales, un poco más rápido que de costumbre.
Tomó
la decisión de buscar una oportunidad para hablar con el prior y
contarle lo sucedido.
Sabía
a que hora entraba el superior en el refectorio y se dirigió a él:
---
Perdone señor … necesito hablarle de algo importante.
El
prior lo miró con curiosidad … lo conocía bien …
---
Fraile Juan, no me diga que se está agotando su vocación …!!!
---
No señor … es otro el motivo por que necesito hablaros.
---
Bien … después del desayuno tengo unos minutos que le puedo
dedicar … nos encontramos en mi despacho?
---
Muy bien … Eminencia …
---
Tranquilo … aún no es para tanto … tal vez un día sea Eminencia
… --- y dejándole un sonrisa corta le dio la espalda y entró
para comer.
Juan
no tenía hambre … había pasado la noche pensando en lo que iba
contar al prior y la mejor manera de exponerle los hechos … el
prior era conocido por su falta de paciencia y por sus modos duros
para con quien no le caía bien …
Juan
sabía que el conocía su pasado, y aunque lo hubiese recibido en el
convento, le había dejado bien claro, que no creía en su repentino
arrepentimiento.
Poco
más de media hora más tarde estaba en su despacho contándole la anécdota con los más apurados detalles que podía.
En
principio el prior lo miró con cara de incredulidad, pero, ante la
repetición de la historia al menos tres días, cambió de expresión
…
---
En que día empezó todo?
---
Día 02, señor.
Hubo
unos minutos de silencio …
---
Haga una cosa, Fraile … vuelva esta noche a la iglesia y si se
repiten esos hechos ofrézcase para ayudarle a la misa.
---
Así haré, señor …
El
día se arrastró penosamente … Juan deseaba que llegase la noche,
curioso de cómo pasaría todo …
Y
así fue. A la misma hora de siempre … los
mismos pasos … el mismo fraile … el mismo ritual … y cuando el
depositó el cáliz y miró a su alrededor, Juan salió de la
oscuridad.
---
Quiere su paternidad que le ayude a la misa?
El
fraile le miró y sus ojos brillaron en la oscuridad …
Ante
su silencio, Juan tomó la iniciativa y cogió el cirio.
Entonces
el otro fraile inició la misa.
Escuchó
por vez primera la voz del fraile cuando empezó el Santo Sacrificio.
Juan
estaba ya acostumbrado al latín : ”leatificat
juventutem mea“ … pero en su lugar y en una voz bien clara
escuchó al fraile decir: “ leatificat mortem mea “ … pero
fué contestando al fraile siguiendo el ritual de la misa … “Dios
irae dies illa”.
Por
fin terminó de decir la misa, y cubriendo el cáliz lo puso en la
mesita de la sacristía donde se despojó de la casulla y ornamentos,
y volviéndose al lego le dijo:
--- Gracias, hermano, por el gran favor que habéis hecho a mi alma. Yo soy un fraile de este mismo convento, que por negligencia dejó de oficiar una misa de difuntos que me habían encargado, y habiéndome muerto sin cumplir aquella obligación, Dios me había condenado a permanecer en el purgatorio hasta que satisficiera mi deuda. Pero nadie hasta ahora me ha querido ayudar a decir la misa, aunque he estado viniendo a intentar decirla, durante todos los días de noviembre, cada año, por espacio de más de un siglo.
--- Gracias, hermano, por el gran favor que habéis hecho a mi alma. Yo soy un fraile de este mismo convento, que por negligencia dejó de oficiar una misa de difuntos que me habían encargado, y habiéndome muerto sin cumplir aquella obligación, Dios me había condenado a permanecer en el purgatorio hasta que satisficiera mi deuda. Pero nadie hasta ahora me ha querido ayudar a decir la misa, aunque he estado viniendo a intentar decirla, durante todos los días de noviembre, cada año, por espacio de más de un siglo.
Diciendo
esto le hizo una pequeña venia y desapareció por la misma puerta
de siempre.
La
Plaza principal de Sevilla, que llamamos Plaza Nueva , es el solar
del convento de San Francisco, derribado en el siglo XlX, edificio
que por ser el mayor de los conventos franciscanos de toda España se
llamó " La casa grande de San Francisco".
De
aquel convento, al derribarlo, solamente quedó una pequeña capilla,
la capilla de San Onofre, que todavía existe hoy, si bien casi
siempre está cerrada y no es muy conocida.
En
esta capilla ocurrieron estos sucesos.
Esta
historia ocurrió, según cuenta la crónica de dicho convento, en el
año 1600.
Basado
en el libro de Antonio Camel, Sevilla, Misterios y Leyendas.
Dramatización
– jorge peres
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